Margarita se llama nuestro amor. Nos enseña el ombligo, y nos enamora con su mirada caída y su semblante. En un estilo propio de los dibujos japoneses, donde se mezclan colorido y contorno.
Margarita decora la pared de un aparcamiento, pero merecería estar en un museo o en la plaza mayor de una ciudad, para que todos viesen la belleza que puede nacer de un aerosol.
El artista, que lo es, acompaña su firma tridimensional. Y nosotros, no nos cansamos de mirarla.